Estados Unidos desperdició mejores opciones con Irán

Medio Oriente

Abogado, profesor de la Escuela de Derecho de Harvard y escritor. Autor de numerosos artículos, ensayos, entre ellos The Case for Israel (2005), y obras de ficción (The Trials of Zion, 2010).

«Churchill acertó al predecir que el pacto de Chamberlain con Hitler traería guerra. Esperemos que el acuerdo con Irán, basado en unas negociaciones profundamente viciadas, no cause una catástrofe similar»

El argumento más convincente que está ofreciendo la Administración Obama para apoyar el que reconoce que es un acuerdo nuclear de compromiso con Irán es éste: es mejor que sus alternativas. Esa clase de argumento pragmático resulta atractivo para los miembros del Congreso, especialmente los demócratas escépticos que buscan formas de apoyar a su presidente y que están acostumbrados a votar por el menor de los males en un mundo de realpolitik donde las opciones a menudo son: malo, peor, aún peor y pésimo.

Pero la pregunta sigue siendo ésta: ¿cómo nos metimos en una situación en la que no hay opciones buenas?

Lo hicimos empezando las negociaciones con tres importantes concesiones. En primer lugar, eliminamos del tablero la opción militar al declarar públicamente que no éramos capaces –militarmente hablando– de acabar de forma permanente con el programa de armamento nuclear iraní. Segundo, eliminamos del tablero el actual y severo régimen de sanciones al reconocer que si no aceptábamos un acuerdo la mayoría de nuestros socios más importantes empezaría a reducir o incluso a eliminar sanciones. Y en tercer lugar, y más importante, eliminamos del tablero la opción de rechazar el acuerdo al admitir públicamente que, si lo hacíamos, estaríamos peor que si aceptábamos incluso un acuerdo cuestionable. Sí, el presidente dijo que no aceptaría un mal acuerdo, pero al diluir reiteradamente su definición de un mal acuerdo, y al repetir insistentemente que la alternativa a un acuerdo sería desastrosa, hizo que los iraníes llegaran a la conclusión de que nosotros necesitábamos el acuerdo más que ellos.

Esas tres concesiones dejaron a nuestros negociadores con poco margen de maniobra y brindaron a sus homólogos iraníes todo tipo de incentivos para exigirnos más compromisos. El resultado es que nos metimos solos en un callejón sin salida. Como dice Danielle Pletka, del American Enterprise Institute:

El acuerdo se volvió más importante que su contenido.

El presidente Obama parece haber confirmado esta afirmación con estas palabras:

Por decirlo sencillamente, que no haya acuerdo supone una mayor posibilidad de más guerra en Oriente Medio.

Sólo el tiempo dirá si este acuerdo aumenta o disminuye la posibilidad de guerra. Pero una cosa está clara: al presentar esas alternativas tan radicales a los negociadores iraníes debilitamos nuestra posición negociadora.

Lo cierto es que siempre hubo alternativas, aunque se volvieron menos realistas conforme progresaban las negociaciones. Podríamos habernos ceñido a las líneas rojas originales (exigencias no negociables) desde un principio. Éstas incluían inspecciones inmediatas de todas las instalaciones en vez de con casi un mes de aviso, lo que permitirá a los iraníes ocultar lo que están haciendo; cerrar todas las instalaciones específicamente diseñadas para producir armas nucleares; mantener el embargo de misiles y de otras armas sofisticadas en lugar de permitir que éste se levante progresivamente; y, lo que es más decisivo, una garantía por escrito de que la comunidad internacional jamás permitirá que Irán desarrolle un arsenal nuclear. El actual batiburrillo de plazos indeterminados y cambiantes acordado permitirá que los iraníes crean –y proclamen– que pronto quedarán libres de cualquier restricción a su aventura nuclear.

En cambio, cedimos pronto y repetidamente, porque los iraníes sabían que necesitábamos desesperadamente un acuerdo para llevar a la práctica la visión del mundo que tiene el presidente Obama y para reforzar su legado.

Este enfoque del acuerdo –tendencia a rendirse desde un principio– viola los principios más básicos de la negociación. Estábamos jugando a las damas contra la gente que inventó el ajedrez, y su ayatolá dio jaque mate a nuestro presidente.

Pero los verdaderos perdedores han sido los países –nuestros aliados– a los que ni siquiera se les permitió participar en las negociaciones. Prácticamente todos los líderes de Oriente Medio, con la excepción del sirio Asad, se oponen a este acuerdo. Tampoco se sienten obligados por él, dado que no tuvieron voz ni voto en el mismo. El acuerdo les ha sido impuesto, prácticamente igual que el acuerdo Chamberlain-Hitler le fue impuesto a Checoslovaquia en 1938. La diferencia es que Checoslovaquia no tenía medios para defenderse, mientras que Israel y algunos de sus vecinos suníes sí que tienen capacidad para tratar de evitar que Irán desarrolle un arsenal nuclear, que los mulás emplearían para aumentar su hegemonía sobre la zona y para amenazar la seguridad israelí mediante sus peones, Hezbolá y Hamás. Esos grupos se volverían aún más agresivos bajo la protección de un paraguas nuclear iraní.

El resultado final de este poroso acuerdo bien podría ser, cambiando la conclusión de las palabras del presidente Obama, “una mayor posibilidad de más guerra en Oriente Medio”.

Churchill acertó al predecir que el pacto de Chamberlain con Hitler traería guerra. Esperemos que el acuerdo con Irán, basado en unas negociaciones profundamente viciadas, no cause una catástrofe similar.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute

© Versión en español: Revista El Medio

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